24 octubre, 2005

Ensayo 01

El hombre es un ser complejo, por ende, es real y se desenvuelve en la realidad, una realidad que le es propia por ser el producto de su praxis conciente. Posee una esencia cargada de sentido que lo hace ser lo que es, ser hombre y no un cualquier objeto u animal; que le da una existencia que va más allá de su dimensión biológica de cuerpo y fisiología y de vida como forma orgánica.

El ser humano posee la capacidad de ordenar y utilizar adecuadamente los medios de los cuales dispone para su autorealización de manera que esto le permita desenvolverse mejor dentro de su mundo e influir directamente sobre él para hacerlo más “amigable” para sí mismo. Y es por esto que hablamos de un hombre que posee varias dimensiones que lo complejizan y lo convierten en un ser abierto a la autorrealización, abierto al mundo, pues está en su naturaleza necesitar de ese mundo, de otro, diferente a él.

Pero para poder establecer una relación con ese otro, el hombre necesita un sistema que sea conocido por ambos y que haga de nexo entre dos realidades distintas como pueden serlo dos hombres; requiere proponer y acordar un conjunto de símbolos para poder comunicarse con el otro, con los otros, una “red de comunicación” que le permita ser persona, ser parte de una totalidad que va construyendo con sus propias manos.

Es el lenguaje el nexo que el hombre utiliza como instrumento de relación con los demás. Porque el hombre no existe como ser aislado, necesita relacionarse, necesita establecer lazos; necesita una tener seguridad, sentir que no está solo. Y necesita creer en algo que le asegure la continuidad y estabilidad de esos lazos y del mundo que se ha construído.
Es aquí donde aparece la figura de Dios como ser superior y eterno guardián del bienestar del hombre; pues todos necesitamos creer en algo.

Lo que pretendo tratar en este breve ensayo es el tema de cómo Dios, con su carácter simbólico, constituye una forma de lenguaje entre los hombres que se da en un nivel de valores fijos directamente relacionados a él, y de cómo el anuncio de la muerte de Dios que hace el nihilismo como constatación de un proceso histórico que está ocurriendo, afecta al hombre en todas las dimensiones de su ser y de su praxis.


Tres dimensiones del hombre ------------ ser complejo


El hombre es racionalidad, necesita adquirir conocimientos, aprender cosas nuevas a medida que surgen conocimientos nuevos, renovarse, complementar lo que ya sabe.

“Somos conocimiento”, somos seres culturales, que debemos cultivar nuestro ser, pues no somos viables biológicamente sin conocimiento.
Saber es parte importante de la relación que establezco con los demás; necesito saber, tener información sobre el mundo que me rodea, sobre las cosas y sucesos que no controlo; debo conocer para poder comprender.

El hombre no puede desligarse de su mundo, forma parte de éste así como el mundo forma parte de él, se encuentra en constante contacto con el medio exterior que lo estimula de manera continua.

Y para desenvolverse en el mundo, el hombre posee cuerpo, una corporalidad que constituye el medio material de relación con su exterior, con el mundo y con las demás personas. “Somos cuerpo”, poseemos una estructura biológica que sustenta y protege nuestra vida orgánica y que nos hace visibles, palpables para las demás personas, que nos hace existir en el mundo y nos permite ver que existen muchos además de nosotros con los cuales nos podemos comunicar.

Pero el hombre no es sólo cuerpo, sino que también es espíritu, el cual se manifiesta cuando establece valores y se relaciona con los otros teniendo esos valores como regla para la convivencia armónica. Estos valores determinan grados de estimación entre los hombres que comparten un mismo espacio y tiempo, lo que a su vez determina diferentes grados de relación/afinidad entre ellos, con la consiguiente amplia diferenciación de relaciones que se da dentro de una comunidad humana. “Somos espíritu”.

Estas tres dimensiones del hombre, entendiéndolo desde su manera de ser persona, es decir, su manera de ser que no pierde de vista el hecho de que hay otras personas también, no constituyen un ciclo cerrado y concluso en su vida, sino más bien son punto de partida del proceso de autorealización que emprende como ser abierto al mundo; El hombre tiene la misión de hacerse a sí mismo, de moldear la naturaleza que le es dada al momento de ser “arrojado al mundo”, lo cual no está determinado por su voluntad, sino que existe un “algo” superior que rige y decreta el modo en que suceden las cosas. Y ese algo comienza entonces a influir en la forma en que despliega su praxis autorrealizadora.


La praxis y el lenguaje

El ser humano, como ser activo, se mueve y busca, se pregunta por el siguiente paso a seguir para poder realizarse de la mejor manera, para alcanzar, quizás, la plenitud, el punto más alto dentro de sus posibilidades.
La praxis lo distingue de cualquier otro ser vivo que sólo busca alimentarse para crecer, desarrollarse y cumplir con el ciclo vital; lo distingue de la materia inerte, de una piedra que está acabada completamente, cerrada y quieta sin posibilidades de variar su estado. El hombre se abre al mundo con el fin de encontrar los elementos que le hacen falta para completarse a sí mismo; el hombre conduce su búsqueda, es sujeto de conducta, es conciente de lo que hace, puede elegir lo mejor
para sí.

Dentro del mundo despliega su praxis pues sólo el hombre tiene mundo, más allá del medio, más allá de lo inmediato. El hombre no puede ser siquiera pensado fuera del mundo, pues ambos constituyen una unidad indisoluble, ya que no hay praxis posible fuera de un mundo en donde ejercerla. Pensar al hombre sin mundo es abstraerlo, es separar una unidad en sus partes constitutivas. El “ser_en_el_mundo” implica pensarlo en concretud, es decir, asumir la totalidad a la cual pertenece.

Como una unidad que pertenece al mundo, el hombre se relaciona, se comunica con los demás hombres, porque no está solo: “ser_con_los_otros”; es más, no existe ni podría existir como ser aislado, pensarlo como un ente aislado sería nuevamente pensarlo en abstracción. El hombre idea incluso sistemas de relación y es el lenguaje el medio simbólico para esto.

El leguaje es la “puerta de entrada al mundo”, es un instrumento que se hereda, que constituye una tradición que sirve al hombre de referencia de un mundo o varios mundos anteriores al que él está viviendo, pero que relacionados por un mismo idioma, sólo se distinguen uno del otro por el factor tiempo.La tradición es aquello que se conserva y se transmite en el tiempo como testimonio de lo vivido y aprendido por quienes nos preceden.
Es concretud, como parte del hombre, está necesariamente ligado a él; más aún, está la aspiración de conocer la mayor cantidad de lenguajes que le sirvan al hombre para poder integrarse cada vez más profundamente a la comunidad.
Según Aristóteles, el hombre es el zoon politikon, es decir, el habitante de la Polis, unidad que para los griegos agrupaba la totalidad del mundo humano: cultura, sociedad, estado, lenguaje, el cual es un lenguaje articulado, está en función de la comunicación significativa y valorativa con la comunidad.
Para el filósofo, está en la esencia del hombre el establecer relaciones de lenguaje con otros, el comunicarse, mientras que los animales sólo “hacen ruido”. Fuera de la comunidad, el hombre es bestia, es decir, existe en su pura animalidad, o es Dios, es decir, fuera de toda comunicación.

Y si la tradición del lenguaje se transmite de generación en generación y, por lo tanto, a través del tiempo, debemos considerar al hombre como el ”ser_en_el_tiempo”, pues su propia existencia es temporal, es finita; la temporalidad es una dimensión de su concretud; el hombre concreto debe pensarse en situación.
Si la temporalidad se despliega, da como resultado la historia, por lo cual también hay que asumir la dimensión de “ser_histórico” que posee el hombre.

Entonces, vemos que el ser humano necesita de un mundo en el cual actuar y relacionarse, y ese mundo es una realidad adquirida al azar sin que el hombre pueda ejercer su voluntad sobre ella, por lo cual recibe al mismo tiempo un lenguaje que es el resultado del paso del tiempo sobre una determinada comunidad humana. Por lo tanto, podríamos decir que el lenguaje, por ser tradición, es susceptible de variaciones con el paso del tiempo; y si varía la tradición, varía la forma de pensar, de relacionarse y de vivir de los que pertenecen a esa determinada comunidad; varía el espíritu de la comunidad, de las personas que la componen, pues es a través de la simbología que se manifiesta el espíritu del hombre; en este caso, el lenguaje es esa simbología. Y, si varía el espíritu, varían también los valores que esa comunidad establece.


La muerte de Dios como pérdida de un lenguaje

Podríamos deducir entonces que el anuncio de la muerte de Dios que hace el Nihilismo es la renuncia por parte del hombre a la escala de valores en cuya punta se ubicaba Dios como ser supremo para establecer otra escala de valores “nuevos” de acuerdo a la realidad o momento histórico que se vivía.

La figura de un Dios o de un conjunto de divinidades siempre ha estado presente a lo largo de la historia de la humanidad como forma de explicar los fenómenos del mundo en el que habitamos.

Un Dios para los griegos era un ser sobrenatural al cual debían honrar y rogar por su protección, por sus favores, y vivir siempre de acuerdo a sus mandatos cuidando de no hacer nada que pudiera desatar su ira.

En la Edad Media, la vida de todos los hombres giraba en torno al Centro/Dios, un único Dios Creador de todas las cosas y eterno benefactor de la Humanidad; el cielo y la salvación se ganaban orando y siendo cristianos impecables.

En ambas épocas podemos ver que era la religión el nexo común que unía a todos los hombres, mencionar a Dios o a los Dioses constituía la forma de comunicación perfecta, ya que todos poseían la misma fe y la misma apreciación y de su sociedad.
Pero si juntásemos a un hombre medieval con un ciudadano de la polis, es de suponer que no habría entendimiento alguno entre ambos, pues el contraste entre un Dios único y un Partenón lleno de deidades impediría cualquier intento de comunicación o de consenso. Otra prueba más de que el lenguaje es una manifestación del espíritu y de que éste varía en el tiempo de acuerdo a la realidad histórica.

Con el Renacimiento, Dios pierde peso como valor supremo y el hombre empieza a tomar el puesto en el centro del Universo; cambian entonces los valores y antes de la espiritualidad referida a la fe se le da importancia a cultivar el conocimiento, la sabiduría, la cultura y las artes, pues esas eran las actividades que realmente “saciaban las necesidades del alma, del espíritu”.
Pero Dios sigue presente incluso como fuente de inspiración a las creaciones artísticas, es decir, continúa siendo el lenguaje común entre muchos artistas y arquitectos que realizaban sus obras maestras en magníficas iglesias y templos durante este período. Sin embargo, esto ya demuestra la existencia de otros lenguajes paralelos al cristianismo, como por ejemplo el arte que para algunos llegó a ser dogma y culto.

Con Nietzsche llegamos al extremo opuesto a lo que ocurría en la antigüedad y en la edad media: Dios ha muerto.
¿Qué significa? que los valores supremos pierden validez.
Entonces, se dice que el ser, que significa todo lo real, deja de tener sentido; el ser se transforma en el no-ser, es decir, que tiende hacia la nada, igual que todo, igual que el mundo.
Luego, y como se describió antes, el lenguaje que es concreto, no tiene cabida en un mundo donde todo se empieza a crear abstracto, como nada, y la comunicación entonces se rompe, deja de existir si deja de existir el medio que la provocó, es decir, el lenguaje.
La muerte de Dios aniquila una forma de lenguaje y de relación interpersonal en donde se le daba importancia a la persona, a una forma de relación positiva en torno a un centro de unidad en la creencia de un ser supremo extremadamente bueno y protector, que es reemplazado por la creencia en la nada, en un pesimismo generalizado que hace que el hombre se cierre en sí mismo y caiga en la enajenación, en el ensimismamiento absoluto.


En consecuencia, el hombre deja de estar abierto al mundo, deja de cultivar su espíritu y deja de tener valores; deja de tener a Dios y, con ello, deja de tener seguridad, deja de creer.
El hombre deja de usar su inteligencia para discriminar los estímulos externos, pues ya no los siente, está cerrado. La inteligencia comienza a servirle para actuar como una máquina, y deja de preguntarse por su sentido, deja de cuestionarse cualquier cosa. Enajenado, se encuentra evadido del mundo, ya no se relaciona con los otros, ya no utiliza el lenguaje, sólo conserva su dimensión de corporalidad.

La pérdida de un lenguaje que funcione como tal, cualquiera que éste sea, implica, según lo analizado en este ensayo, la disolución del nexo que el espíritu del hombre establece con los demás espíritus, que es una de las dimensiones constitutivas del hombre como ser humano.
Si deja de haber comunicación con el exterior, sólo le queda al hombre su propio interior, el ensimismamiento, la atrofia de la inteligencia y del espíritu, la enajenación.

Considero que hoy en día la religión y sobre todo el concepto de Dios continúa siendo, más que un símbolo, un lenguaje universal válido en gran parte del mundo.
El hombre siempre ha necesitado de una figura paterna superior que esté tan por sobre él que pueda tapar el sol con el pulgar o mover montañas si es necesario para protegerlo.
Necesita algo en lo que creer y confiar ciegamente, algo que alimente su espíritu, justamente para protegerlo de una posible desintegración, y es en la fe cristiana o protestante o evangélica o en cualquiera de ellas donde quiere ser acogido, para volver a la antigua tradición y así volver a establecer la comunicación perdida; volver a aprender y utilizar el lenguaje de los que vivieron antes, y así, abrirse otra vez por completo al mundo; volver a preguntarse, a desplegar la praxis autorrealizadora que estaba estancada y volver a ser un ser humano,
volver a ser persona, volver a ser racional y espiritual.



18 octubre, 2005

n a r a n j a + c a n e l a

Silencioso, el vapor inunda todo.
A la luz de una vela me sumerjo en el aroma suave del día que se acaba, dulce, amargo, y da paso a la noche, fría, pesada.
El calor me ayuda a cerrar los ojos, a relajar mis brazos, mi cintura, mis piernas. Se acaba el frío.
Mi alma flota en calma, protegida en mi pecho que sólo respira.
Respiro lento y profundo. Mis ojos siguen cerrados.. busco en mi memoria las sensaciones que dejaron su huella en mi piel. Logro sentir otra vez el cosquilleo en mis labios, en mi cuello, en los dedos.
Es agradable. El tiempo parece detenerse para que yo pueda recordar esas horas.
Las imágenes de cada detalle y de cada movimiento. Los sonidos y el silencio en cada una.
La emoción que sacudió todo y me hizo sonreir mueve algo en mí otra vez.
Abro los ojos y vuelvo a sentir el agua que me cubre, quieta, brillante. Como un espejo que puedo romper sin cortarme. Que refleja la tenue luz de la vela, que me protege, que me oculta.
Paz al fin. Necesitaba algo así hace días. Exponerme y esconderme al mismo tiempo. Escuchar mis ideas, mis deseos, mis decepciones, mi pena. Tratar de entender si está bien o mal seguir, y volver a preguntarme hasta cuándo seguir...o si quiero o no seguir.

Me quedaría siempre así, en la neutralidad de ser yo, sin nada más.
Pero ya es hora de salir. Y volver al exterior.

Mi piel está más suave.
Huele a naranja+canela.
Todo por ahora se tiñe de calma.

17 octubre, 2005

demasiado qué?

demasiado pronto?
demasiado tarde?
demasiado imposible?
demasiado ridículo?
demasiado ciego y sordo?
demasiado bueno?
demasiado poco?
demasiado inseguro?
demasiado ego?
demasiado miedo?

demasiados demasiados?

qué es demasiado?
y para qué todas estas preguntas estúpidas?