Debo reconocer que soy una suerte de fanática de recibir regalos.
También me encanta hacer regalos, los pienso mucho y me esfuerzo por regalar siempre cosas que sé que van a a encantar a quien las reciba.
Puede que muchos que me conocen bien sepan ya esto. Lo que quizás muchos no saben es que cualquier cosa que me regalen con cariño, por muy simple o gratis que sea, me hace feliz.
Todo está en el gesto, en el brillo que brota de eso que recibo y que atestigua lo presente que estoy en la vida de otro.
Además, soy extremadamente curiosa.
Trato de encontrar y conocer cosas nuevas constantemente.
Olores, sabores,sonidos, formas, texturas, sensaciones...
Y la música es últimamente un tema en mi vida, un motor de búsqueda.
La radio me exige y me otorga. Me inunda con con sonidos novedosos.
También con nuevas personas.
La retroalimentación es fuerte, se supera la virtualidad, la distancia.
Y si bien creo que messenger es un idioma extraño e incluso dañino, es un canal de intercambio bastante efectivo... y por eso también, bastante peligroso.
Lo virtual puede transformarse en algo psicosomático.
Letras y líneas también pueden tener un efecto sobre la piel.
O seguir rondando los pensamientos y las caminatas diarias.
Más todavía si se trata de una canción. La tarareas en la calle, la repasas en el metro, la escuchas de fondo mientras te mueves.
Uno de los regalos que más me gusta recibir.
La banda sonora de mi vida es real y constantemente se suman canciones nuevas que van necesariamente unidas a caras y a sucesos de mi historia (e histeria) personal.
Siento que la música tiene ese poder: rompe la virtualidad.
Quiebra la frialdad y pliega los kilómetros y los años luz.
Si me regalas una canción, me regalas tu rastro.
La pista para encontrarte en esas notas.
En mis oídos, el Sol de Invierno es más tibio de lo que parece.
También me encanta hacer regalos, los pienso mucho y me esfuerzo por regalar siempre cosas que sé que van a a encantar a quien las reciba.
Puede que muchos que me conocen bien sepan ya esto. Lo que quizás muchos no saben es que cualquier cosa que me regalen con cariño, por muy simple o gratis que sea, me hace feliz.
Todo está en el gesto, en el brillo que brota de eso que recibo y que atestigua lo presente que estoy en la vida de otro.
Además, soy extremadamente curiosa.
Trato de encontrar y conocer cosas nuevas constantemente.
Olores, sabores,sonidos, formas, texturas, sensaciones...
Y la música es últimamente un tema en mi vida, un motor de búsqueda.
La radio me exige y me otorga. Me inunda con con sonidos novedosos.
También con nuevas personas.
La retroalimentación es fuerte, se supera la virtualidad, la distancia.
Y si bien creo que messenger es un idioma extraño e incluso dañino, es un canal de intercambio bastante efectivo... y por eso también, bastante peligroso.
Lo virtual puede transformarse en algo psicosomático.
Letras y líneas también pueden tener un efecto sobre la piel.
O seguir rondando los pensamientos y las caminatas diarias.
Más todavía si se trata de una canción. La tarareas en la calle, la repasas en el metro, la escuchas de fondo mientras te mueves.
Uno de los regalos que más me gusta recibir.
La banda sonora de mi vida es real y constantemente se suman canciones nuevas que van necesariamente unidas a caras y a sucesos de mi historia (e histeria) personal.
Siento que la música tiene ese poder: rompe la virtualidad.
Quiebra la frialdad y pliega los kilómetros y los años luz.
Si me regalas una canción, me regalas tu rastro.
La pista para encontrarte en esas notas.
En mis oídos, el Sol de Invierno es más tibio de lo que parece.