Invasión de sensaciones desde que abrí hoy los ojos. Me desperté con un día nublado en la ventana y un poco de frío. Me levanté con polerón a tomar desayuno y me vestí un poco más abrigada, pero con chalitas.
Salir de la casa me hizo sentir el frío inusual y unos goterones que caían animados y perdidos en pleno verano. Una visita rápida al supermercado y más lluvia a la salida, de esa que sólo sirve para ensuciar el parabrisas y manchar las ventanas.
El diario del sábado, la revista del sábado: “el corazón late agitado”, dice. Raro. No creo en esas cosas pero hoy coincide.
Tarde de paz, la casa para mí sola. Mi memoria funciona a mil por hora; un sonido basta para causar la explosión de imágenes, para detonar la escena completa y tridimensional, como si estuviera sucediendo en ese mismo momento, otra vez. Vuelvo a sentir lo mismo y recuerdo los detalles. El color del día, la suavidad, esa tranquilidad…las ganas de quedarme ahí siempre...o al menos, mucho más tiempo.
El teléfono me hace aterrizar rápido, vuelvo a la tierra, a mi casa. Y me sorprendo de lo inmensa que a veces es mi memoria. Casi siempre recuerdo casi todo; sea bueno, bonito, malo, feo, lo recuerdo. Me gusta eso; me cuesta y me carga olvidar… y por eso me duele tanto aceptar que el resto sí olvida, pensar que puedo ser olvidable.
Cierto: corazón y memoria anduvieron agitados hoy, al unísono.
Así se pasó este sábado.